Diciembre es un mes con mucho trajín para los aficionados a la caza. La finalización de la caza del conejo en noviembre hace que se pierda un poco el interés por la menor, porque ¿quién respeta una postura del perro a un conejo?. Para evitarlo es mejor no salir a cazar. Pero también la perdiz pierde un poco el interés de las últimas jornadas. Ya en parejas los cuquilleros prefieren verla entrar en plaza dando del pie, que saliendo repulladas de un olivo y si salimos, vamos más pendientes del lugar aquerenciado de las parejas que de abatirlas, incluso nos molesta cuando el compañero de jornada las muestra orgulloso colgadas de su chaleco y, curiosos, nos acercamos para ver si son machos y le preguntamos ¿de dónde le han salido?. De la liebres ni hablamos, recordamos como antes eran una pieza prioritaria, ya que suponía comida para varios días y ahora se cazan por encargo, como si de comprar en el Mercadona se tratase, o sólo tiramos aquellas que, a perro puesto se nos arrancan, más por no molestar a nuestro inseparable compañero de caza y pensando en la pesada carga que vamos a llevar, que por la necesidad gastronómica.
Por todo lo anterior diciembre es un mes de caza mayor. Fincas punteras dan sus manchas con garantías de que las reses estén dentro. Las rehalas están mucho más “trabajadas” y eso se nota en la forma de batir el monte. Los calores de las primeras monterías dan paso a la lluvia, el frío y la niebla. Los arroyos vuelven a mostrar sus sonoros cantos, corriendo el agua, fruto de vida, con su tintineo particular. La inconstancia de las fincas abiertas de octubre y noviembre, dan paso a la seguridad de las fincas cerradas de diciembre, o simplemente aprovechar las soleadas querencias, por las frías umbrías de las fincas.
Pero diciembre es especial también para los cuquilleros. En este mes sacamos los pájaros de los areneros, con ese sabor tradicional heredado de nuestros padres y abuelos, que no ha variado con el paso de los años, recortándole alas, cola y pico, quitándoles las plumas mal mudadas, comprobando su estado de salud y su peso, e incluso mirando si tienen “pepitilla”, además se le observan con cariño las patas quitándole las “caspa” y dándoles alguna crema o aceite para que estén rojas y en perfecto estado. Quizás lo que más me llama la atención es el arreglo del pico, que después de recortárselo con las tijeras hay que repasarlo con la navaja, para que quede perfecto. Sumo cuidado hay que tener con los picones y después de recortárselo, debemos quemárselo con el cigarro para evitar su crecimiento desmesurado, luego un ligero repaso lo dejará en perfecto estado.
Estas “tareas” son muy importantes para dejar a los reclamos en inmejorables condiciones, sobretodo para los que no nos gusta mover a los pájaros de jaula en plena temporada, por lo que debemos prestar toda la atención debida en estos menesteres.
Pero la simiente de este germen que es el reclamo, ha llegado a nosotros, de generación a generación, debido a la necesidad de que en estas “labores” nos ayude alguien a realizarlas. Nosotros ayudamos a nuestro padre y abuelos y ahora nuestros hijos nos ayudan a nosotros, durante la “faena” siempre explicamos cómo se debe coger el pájaro para no hacerle daño, comentamos lo que vamos haciendo, lo que son las plumas polleras, si están faltos de vitaminas, o tiene pepitilla, lo que son picos largos o picos anchos, los cejas anchas, los cabezones o cabeza de perdiz, las ilusiones puestas en algún pájaro y las últimas oportunidades que les vamos a dar a algunos de ellos, si debemos reponer con algún nuevo pollo o nos mantenemos con los que tenemos. También contamos algunos lances vividos con éste o aquel pájaro y sobretodo el manoseo cariñoso antes de meterlo en su jaula, jaula que ha sido previamente elegida teniendo en cuenta las esperanzas e ilusiones que tengamos en el mismo, recordando que en esta jaula tuvo mi padre al Chinchilla, al Arévalo o al Madrileño, pájaros de bandera que todavía permanecen intactos en mi memoria.
Pero este año, por distintos motivos, he tenido que realizar la tarea yo solo. Mi padre ya no está con nosotros, pero mis hijos también tenían otros quehaceres “más importantes”. Por primera vez en muchos años me he encontrado solo y he mantenido mis conversaciones con los pájaros, algunos me miraban como extrañados y otros, los viejos, comprendiéndome. Incluso le he roto un ala a uno de los que más ilusiones le tengo puestas. Pero en fin, ya están todos en sus jaulas y esperando que cambien el tiempo para solearlos, que vayan cogiendo ese color característico y que se puedan mostrar orgullosos en sus jaulas. Las sayuelas, el puesto, el pincho y el resto de artilugios los prepararemos otro día.
La cola
Simetría de alas
Recorte ala izquierda